lunes, 14 de enero de 2013

GENERACIÓN DAÑADA

Pertenezco a una generación de damnificados que ha quedado profundamente rota, a un grupo de individuos arrasados por todas las atrocidades que se vieron forzados a contemplar, a una promoción de veteranos curtidos, neuróticos y atormentados que han perdido el rumbo existencial y toda posibilidad de reinsertarse en la vida cotidiana. Deambulamos por el mundo como si fuéramos unos John Rambos sin la musculatura hipertrofiada, sin la boca torcida y sin graciosos problemas de dicción. Nuestras pesadillas están pobladas por presencias espectrales que vienen a acosarnos con sus terroríficos lamentos y que nos hacen despertar de pronto en medio de la noche, envueltos en sudor, agarrotados, jadeantes y gritándole a la legión de fantasmas: “¡Mardito roedore!”, “Piticlín, piticlín!” o “¡Snorkeeeeel!”

Pero no se confundan ustedes. No estoy aludiendo a quienes sobrevivieron a la guerra del 36 ni a quienes quedaron mentalmente desahuciados por culpa de las fotos de Rappel en tanga. Me estoy refiriendo únicamente a los que todavía arrastran las secuelas de la programación infantil que TVE emitió en los horteras 70 y en los aún más horteras 80. Durante aquellas décadas electrizantes, en las que nuestros padres abandonaban una época marcada por la siniestra dictadura y por molonas palabras juveniles como “titi”, “cilindrín” y “discoteque”, los hogares españoles llevaron a cabo su propia especie de transición casera, en paralelo y al margen de la tan sobada transición política. Y así se sustituyeron las florituras lisérgicas del papel pintado por el gotelé salvaje de relieves desolladores; se cambiaron los bigotes ostentosos y las pelambreras pectorales por los cardados utópicos y las hombreras homicidas; y de la traicionera colleja pedagógica y el sádico castigo arbitrario se pasó a intentar domar a la chavalería con métodos más pacíficos y avanzados, como el chantaje, el soborno y la denigrante humillación pública.

Pero lo que en este convulso período histórico no varió en absoluto fue la índole delictiva de la emisión televisiva en horario infantil, merecedora de la condena unánime de la comunidad internacional y digna del alborozo majadero con que era recibida por la audiencia, formada por absortos chiquillos sedientos de historietas demenciales. Por culpa de aquellas imágenes descerebradas y de aquellos sonidos absurdos, que fuimos asimilando sin pausa y sin reflexión mientras depositaban orgullosamente sus deyecciones sobre los más básicos principios edificantes, hoy somos lo que somos. Los que asistimos a semejante despliegue de fantasía y de prejuicios arrastramos desde entonces serias taras incurables, que nos incapacitan para desempeñarnos con normalidad en nuestras vidas de adulto. Uno no puede evitar sentir cierta nostalgia ambivalente, como si le llegara a las narices la fragancia evocadora de una magdalena proustiana mohosa, al rememorar aquellos viejos programas y aquellas series hoy pasadas de moda, entrañables diversiones que se alzaban, salvo rarísimas excepciones, sobre tres sólidos pilares sacrosantos: la invención inocente e irresponsable, la elaboración cutre y desganada y la alegre transmisión de estereotipos perniciosos.

Con la serie de articulillos que inicio en estos momentos me propongo analizar, sin aportar ni un solo dato contrastado y sin rebajarme a demostrar ninguna de mis conclusiones, estas enraizadas experiencias traumáticas de la infancia que nos han convertido en los adultos perturbados, pueriles y patéticos que ahora somos.

(por La Mente Pensante)






No hay comentarios:

Publicar un comentario