martes, 22 de enero de 2013

La manera más graciosa de sacarse los ojos


Méjico es mundialmente famoso por una serie de elementos particulares: por sus platos especiados al gusto de Belcebú, por sus eternas siestas callejeras bajo enormes sombreros, por la labia incontinente de Cantiflas, por las rancheras que mitifican al honrado productor de heroína, por su estirpe de revolucionarios bigotudos, velludos y barrigudos que profieren “¡Vivas!” sin cesar, por el predominio de una forma irrisoria y caricaturesca de ser “el más macho”, por el mísero humor de subsistencia de El Chavo del Ocho y por dar pie a las erróneas adjudicaciones de nacionalidad de Chavela Vargas, María Dolores Pradera y Brujería. Pero sobre todo es reconocido por el resto de naciones, sin discusión y sin envidia, como la capital o el epicentro o el ombligo de la maravillosa infracultura psicotrónica. El merecimiento de tan insigne honor lo atestiguan un sinnúmero de fenómenos populares bizarros, que trascienden los confines del kitsch y que hacen implosionar las cabezas más serenas.

Baste citar como ejemplos de su hegemonía en este campo esos imborrables hitos del cine que son “El charro de las calaveras”, “La nave de los monstruos” y todas las permutaciones concebibles que enfrentan a hostia limpia a los monstruos clásicos de la Universal, en su versión más chapucera, con unos luchadores autóctonos fondones y achaparrados. O recuérdese si no la afición que demuestra el mejicano medio por idolatrar las cosas más absurdas, como a los justicieros enmascarados que ejercen verdaderamente en los suburbios, que se embuten en disfraces tan mal diseñados como mal confeccionados, que se sienten inclinados a impartir lecciones de civismo y que se presentan con alias tan grandiosos como “Superbarrio Gómez”. O incluso téngase en cuenta que una de sus fiestas nacionales predilectas gira en torno al adorno de esqueletos y se celebra exhibiendo con alegría un alucinante merchandising macabro.

Los productos más exquisitos que nos han llegado de esas tierras solían producir el mismo efecto desconcertante en el sibarita europeo: su sentido común se ponía a gritar como loco y sus órganos sexuales se desprendían, se desplomaban y se daban a la fuga. Pero a estas alturas de la vida uno pensaba ya que ninguna invención de ese pueblo chiflado podría volver a extrañarle tanto. Hasta que al fin hizo su aparición en mi pantalla una moda juvenil que está causando furor en Méjico, una diversión molona que no se deja describir mediante un lenguaje articulado y que no se puede exportar a ningún otro país de la Tierra. Aunque se crean tan curados de espantos como cualquier internauta resabiado, les aseguro que la cosa les va a dejar atónitos y al borde de la insania. A no ser que ustedes sean individuos mejicanos o, lo que es lo mismo, los mayores fabricantes mundiales de espantos.

(por Mente Pensante)


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